El río Pinheiros, que atraviesa el corazón de Sao Paulo, muestra su contaminación con un miasma que flota por las calles de la ciudad, asfixiando a ricos y a pobres por igual. Es una desagradable característica de la ciudad, que es la más rica de Brasil y el corazón financiero de Latinoamérica.
Los esfuerzos para limpiar el río han ganado impulso y el gobierno estatal trabaja para cumplir una promesa con la que no han podido ejecutivos anteriores, al menos en las tres últimas décadas.
Aunque el río está rodeado de los símbolos de la riqueza en Brasil — relucientes torres acristaladas de oficinas, altos edificios de departamentos y una escuela privada con la matrícula más alta del país — es conocido también por acoger a muchos de los que no tienen nada. Unos 3,3 millones de personas viven en los 25 km (16 millas) de su cuenca, algunos en favelas y ciudades de tiendas de campaña para sintecho desde donde se vierten las aguas residuales.
“No tenemos dinero para vivir en otro sitio”, dijo Adriana María, una asistenta de 40 años que reside en la favela de Americanopolis. “Los políticos ni siquiera nos miran”.
La casa de María es una de las 43.000 estructuras que, según la empresa estatal de aguas y residuos Sabesp, se enganchó a un sistema de recolección de aguas residuales desde el inicio del proyecto hace menos de un año. El sistema llegará a otras 487.000 viviendas y edificios para 2022, eliminando todos los desechos del río.